lunes, julio 24, 2006

El reencuentro después de tantos años


Estuve en la Obra durante casi 19 años de mi vida, tiempo que me permitió conocer a muchas personas, pero especialmente, tengo presentes a dos costarricenses, a dos “ticos” que marcaron mi vida de forma significativa. Al primero lo encontré al llegar yo al Opus, el segundo me encontró allí dentro, pero con ambos nos unió una amistad con todo lo que supone esta palabra. Amistad desinteresada, sincera, afectiva y efectiva, sin complejos ni tabúes en el sentido de considerarla una amistad particular y por tanto, peligrosa. Fuimos amigos sin ningún aditivo más porque la amistad no necesita de sustantivos calificativos ya que en sí el término encierra toda una realidad.

Cada fin de año nos veíamos, primero en El Salvador, luego en Guatemala y posteriormente en Honduras. En Guatemala me acuerdo de aquellos días de convivencia pasados en lo que yo llamé posteriormente “centro de reflexión y rectificación vocacional”, porque aquello era un verdadero gulag. A pesar de estar muy cercana la casa a la Ciudad de Guatemala, hacía un frío que calaba hasta los huesos. Para complicar la situación, en la parte trasera del domicilio, existían unos árboles enormes que impedían que algún rayo de sol intentara dar un poco de calor a aquel sitio. Los que conocen Guatemala saben que en diciembre suele hacer frío, pero en esa casa este aumentaba debido a estar ubicada en una zona extremadamente húmeda. Por las noches, al retirarse a dormir, empezaba aquel calvario de calentar las sábanas (cobijas), auxiliándose de los ponchos (mantas), pero en el momento que se lograba un cierto nivel de calor dentro de la cama, una llamada seca, imperiosa y autoritaria indicaba que era la hora de levantarse.

Tirarse de aquellas literas –porque eso eran las camas, literas- para besar aquel suelo frío, duro y desangelado era una auténtica proeza. Ahora bien, el frío y la humedad eran uno de los ingredientes que hacían insufribles aquellas noches, pero no los únicos, estaba el ruido constante de las literas en unas habitaciones enormes en la cual, la más pequeña, albergaba a 6 pernoctantes, pero la mayor tenía capacidad para 14. Convivir con 14 ruidos nocturnos de igual número de personas con la gama que esto trae consigo era ya para ofrecer lo suyo. A esto añado el ruido incesante de las serchas (perchas), porque no sé por qué, más de alguno tenía que ofrecernos un concierto de las mismas al retirarse a dormir tarde, ya sea porque era el encargado del oratorio, por una vela al santísimo, un acceso de orden que le impulsaba a preparar la ropa del otro día o simplemente porque se había levantado de noche al baño.

El baño otro tormento, si por la noche te daba por tributar a la naturaleza, había necesidad de pasar por un pasillo con una celosilla que la separaba de un patio interior. No solo lo que había costado medio calentarse dentro de las cobijas, tener que ir a ese menester y encima enfriarse en el camino de ida y de vuelta, todo esto suponía un fuerte debate interno para tomar la decisión extrema de levantarse porque si no se hacía, sencillamente te hacías aguas en la cama. Tales pensamientos dificultaban el silencio interior y por tanto, el tan temido monólogo hacía su aparición, quebrantando así la presencia de Dios.

Aunque al primero de los ticos que he comentado lo conocí en El Salvador, en plena guerra civil y por tanto, en un escenario exterior bélico del cual nos enteramos por el ruido de los bombardeos y metrallas nocturnas; es en el escenario anteriormente descrito de Guatemala donde lo recuerdo especialmente.

Pero retomemos este relato que igual puede resultar tedioso, aunque útil para entender el contexto de la narración. Como he mencionado ya, el levantarse era una proeza después de una noche tumultuosa, en la cual aparte de lo acotado, se tenía que lidiar con ronquidos, los constantes movimientos de los compañeros de litera que dormían en los niveles superiores o inferiores según a donde a uno le tocase en suerte, gente que hablaba de noche, las idas constantes del personal al retrete y los tropezones inevitables ante esas caminatas involuntarias.

Una vez levantados venía el primer suplicio del día como si no hubiera sido suficiente lo vivido durante las horas nocturnas del descanso. Enfundados en batas y con la bolsa de utensilios para el aseo personal, nos dirgíamos a las duchas, cuantas veces no me sentí uno de aquellos judíos infortunados que eran conducidos a lugar semejante en Auschwitz. Al pasar el pasillo de la celosilla, se entraba al cuarto de baño que era una especie de galera que en un lado tenía los lavabos, al fondo los migitorios y en frente las duchas con los retretes al lado. Lo que viene a continuación no es una visión mística sino la realidad: pude tener una idea somera de lo que es el purgatorio. Aquellos lamentos que se escuchaban tras la cortinilla de las duchas desgarraban el alma y hasta el más indiferente se hubiera conmovido. Era un agua gélida la que caía de aquella tubería, en un chorro a presión que si te descuidabas te sumía automáticamente al suelo si no se calibraba bien la cantidad de agua deseada. Pero si se abrían todas las duchas a la vez, la presión disminuía y una gota cruel e incesante caía sobre el cuerpo lacerando toda tu constitución física por pausas.

Una vez vestidos venía el momento de dirigir nuestros pasos al oratorio, pieza totalmente húmeda e incómoda. Por mucho sueño que uno llevara por el duerme vela de la noche anterior, el ambiente era tal que ni por asomo se te ocurría dar un cabezazo reparador. Luego el desayuno el cual solía ser frío. Para los habitantes de Europa, aquella colación hubiera sido un manjar en plena estación estival, pero con la dosis de frío y humedad acumulada en el cuerpo, aquel alimento lejos de proporcionar calorías, anulaba las pocas que aún quedaban en el organismo. Concluida esta actividad venía un nuevo suplicio, el dirigirse al salón de clase lo que implicaba salir de la casa, enfrentarse a un ventarrón que castigaba inclemente la terraza y abrir en un solo movimiento la puerta respectiva, para adentrase en esa sala que como todo en esa casa, estaba fría y húmeda.

El amigo tico de quien hago mención, nacido en una tierra con clima más cálido y benigno, se enfrentaba a aquel acto supremo de traslado de una forma muy singular. Envuelto en una chumpa (chaqueta) sumamente acondicionada para climas polares debido a las capas y capas de plumas o de algodón que contenía en su interior, haciendo de esa prenda lo más enguatado que he visto en mi vida, daba dos saltos desde la puerta de la casa hasta la del salón y raudo entraba en la respectiva aula. Su estatura le permitía dar las zancadas exactas para llegar en dos pasos.

Así durante unos años, hasta que un alma piadosa se percató de nuestro tormento y en un rapto de conmiseración traslado la convivencia al CUCV. Aquella decisión fue celebrada por todo lo alto y nuestra existencia en este medio de formación más humana. Fue en ese escenario donde apareció el segundo de los ticos que aquí aludo. Su irrupción en los cursos anuales me hizo cambiar la perspectiva de los mismos. De más está decir que hubo empatía desde el inicio, lo que llevó a una comunicación fluida que fue mal vista por los directores. Cuántas correcciones fraternas no recibí para cortar con aquella amistad “particular”. El propósito de obedecer a esa indicación que estaba convencido venía del mismo cielo duraba media tarde, bueno eso es lo más que recuerdo haber aguantado no hablarle al encartado. Por la noche, provocando la casualidad coincidíamos en la misma mesa y corre y va de nuevo.

Un Año Nuevo, al terminar la tertulia de actos que estoy seguro podía compararse la alegría que se respiraba allí a un velorio, nos dirigimos a nuestras habitaciones, pero… un impulso inexplicable hizo que me dirigiera a la habitación de este tico. Vaya tertulión que montamos aquella noche y solo porque fuimos invitados a dejar tal coloquio para dormir, la dimos por terminada. Ignoraba que aquella tertulia pirata sería la última con este amigo. La despedida de ese curso anual fue igualmente distinta, más efusiva; sin querer nos despedíamos para no volvernos a ver.

Nuestra situación cambió cuando los cursos anuales se trasladaron a Honduras, pero como no hay dos glorias juntas, en la convocatoria de ese año no apareció este amigo tico. Ahora si, las tertulias piratas de Año Nuevo desaparecieron de mi agenda particular de actividades. Fue triste, no sé como explicarlo. Con el otro amigo tico que he mencionado al inicio, continuamos la amistad en ese curso anual. No sé, pero cuando mejor lo pasaba con alguien en una convivencia, al año siguiente ya no se asomaba y efectivamente, así sucedió.

¡Cómo me hicieron de falta ambos!, los cursos anuales ya no fueron igual. Se quedaban los de siempre, los que eran mis hermanos pero no mis amigos, los que rezaban por mi y yo por ellos pero que ignoraban cuál era mi pastel favorito, cuál era mi música favorita, que aspiraciones e ilusiones tenía, en fin, todo. Claro está que también había guatemaltecos en ese grado de amistad; uno se fue, el otro mejor ni mencionarlo. Pero los dos ticos ya no volvieron jamás. Los días de escuchar a Silvio Rodríguez en el carro de uno de ellos se habían desvanecido. Para los demás estaban muertos, para mí no, para mi nada había cambiado, seguían siendo mis hermanos.

Un día, desde la computadora de mi oficina escribí al amigo tico que aún quedaba, su respuesta fue que se había ido. Le respondí, le dije que todo seguía igual para mí, que no se rompiera la amistad, que la vida seguía y que no habría problema alguno en la comunicación, pero no hubo respuesta. Al siguiente año me fui a España.

Los años pasaron, el recuerdo aún continuaba, los tenía presentes. En mis frecuentes visitas a la Basílica del Pilar en Zaragoza, me iba directo a buscar la bandera tica, era como saber que estos dos estaban allí. Las noches de estío, cuando el calor sofocante del valle del Ebro hace imposible dormir, me asomaba a la ventana, encendía un cigarro y junto al recuerdo constante de mi familia, aparecían los dos y el pensar ¿qué habrá sido de ellos?, ¿estarán bien?, ¿volveré a verlos?, acompañaba mi velada solitaria en tierras aragonesas en pleno verano.

Cuando al volver tomé la decisión de irme de la Obra, el deseo de saber de mis amigos ticos creció. No sabía como contactarlos, no sabía a quién recurrir. De haber podido me hubiera ido a San José e indagar por su paradero, pero el horno no estaba para bollos y por tanto, me quedé con el deseo de hacerlo.

Un año y dos meses tuvieron que pasar después de mi salida de la Obra para dar con ellos. Por aquellas casualidades de la vida que hace de la necesidad de información un vehículo para enterarse de cosas que no son el objeto mismo de la indagación, hicieron que los encontrara. A raíz de la suspensión impuesta por Benedicto XVI al padre Maciel, me dedique a buscar información al respecto en la web y en esa búsqueda a la cual catalogo de desproporcionada, me topé con la web “opuslibros”. Me enganché a ella y devoré todo lo publicado allí como un poseso. Dos semanas después del descubrimiento de la web citada, me atreví a entrar al chat y 7 días después de ser un asiduo al chat, aparece un tico. La emoción que me embargo es indescriptible, le pregunté a boca jarro por uno de los dos y mi alegría fue mayúscula al saber que lo conocía, me contactó con él y esa noche tuve el inmenso placer de poder hablar telefónicamente con mi amigo. Inmediatamente pregunto por mi otro amigo tico y me da datos concretos que me hicieron muy feliz.

Al día siguiente pude hablar con el amigo que me faltaba, demás esta decir que han sido horas de conversación para recuperar el tiempo perdido. Fue algo único, lo tanto tiempo deseado se hizo realidad, están allí, siguen siendo esas personas virtuosas, alegres, cordiales que conocí. Están allí y me brindan nuevamente su amistad. Bien dice un proverbio que quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro, y los he vuelto a encontrar y espero que ahora si, nadie censure una amistad noble, sana, plena como esta.
A.V.

11 comentarios:

gusramca dijo...

Bien por ti, que el Señor te acompañe en el camino de sanacion. Que haya paz en tu corazon. Y tu vida sea prospera.

Anónimo dijo...

La amistad es lo único que realmente vale la pena en el paso por el O.D. Lástima que estando adentro no se piensa en eso y se fomenta de manera directa y constante ese trato con las personas que tarde o temprano, se encontrarán al otro lado. Tarde o temprano, solo es cuestión de tiempo, ya verás !!!

Anónimo dijo...

SI LA VISIÓN DE LA AMISTAD ADENTRO FUESE OTRA, LAS COSAS SERÍAN DISTINTAS, EL TRATAMIENTO A LAS "AMISTADES PARTICULARES" DEL OD, ES INHUMANO...

Anónimo dijo...

Aspiras a bastante poco si no pudiste soportar unas convivencias en un lugar frio. ¿que necesitas, un hotel 5 estrellas? Te guastará saber que san Ignacio de Loyola, creador de los ejercicios espirituales, se pasaba un mes entero metido en una cueva, donde te aseguro que hacia más frío y humedad que en tu casa de convivencias. El desprendimiento absoluto de todo bien material es lo que más te acerca a Diós, sólo asi se le puede ver, sólo así le puede abrir totalmente el corazón. Es triste que salieras tan descontenta de tus convivencias, pero quizas buscabas otra cosa.

gusramca dijo...

Controles indeseables?

Te voy a contar una experiencia, yo tenia un amigo en el CEM, FJFM, eramos uña y mugre antes d q yo entrara en la opusmafia.

Una vez que entre se empeñaron en separar nuestra amistad. Le dijeron - aun muchacho de 20 entonces - "que el era el sobre donde habia sido entregada una carta, que me dejara", aprovechandose nuevamente de la inocencia, de la buena fe y de la verdadera amistad, lo acosaron hasta q se fue de la residencia, sin decir adios.

De esto se encargaron don CR y JMC, cura y director, para q?

Luego q se fue, me escribia al CEM y q creen? Toda la correspondencia venia abierta.

Eso es lo q quiere Dios? Bueno parece q no porque aun seguimos siendo amigos, 20 años despues. Ahora FJFM tiene una linda niña y es un feliz padre y esposo ejemplar.

Dios te bendiga amigo. Tu amistad y ejemplo marcaron mi vida. Gracias.

Gusramca

Anónimo dijo...

Estimado amigo anónimo; el que le gusta el frío y al rato hasta las cuevas:

Voy a salir en defensa de A.V. - no por que lo necesite - sino por que estoy involucrado en el comentario y además fui testigo prescencial. Aquí no se trata de si fuimos más o menos "mortificados" con el frío, humedad y demás menesteres.... NO!
De lo que se trata aquí es, en primer lugar, de un relato de amistad con muy bueno recuerdos y en segundo - y esto lo agrego yo - de denunciar las "diferencias": a ver si me explico, mientras nosotros estábamos viviendo en tales condiciones, "otros" - con la misma supuesta vocación; así como parecida a la de Loyola - estaban en una Casa "5 estrellas" solo por el hecho de ser de la "high class del opus" (dígase numerarios)... En todo caso, no prejuzguemos!

gusramca dijo...

En todo caso el comentario, del amante de las cuevas, viene a ser otro juicio temerario mas de lo que es muy comun en esta gente.

No viene al caso, finalmente, para abrirle el corazon a Dios solo falta humildad y si te provoca a ti eso humildad, bien por ti.

A otros, simplemente ver que no somos ni tenemos nada.

gusramca dijo...

Ademas, de todos es conocida esa marcada diferencia que existe entre "el estado mayor de Jesucristo" y la clase de tropa y ni que decirlo entre generos.

Y no voy a hacer espacio para comentar ese despreciable gusto por excluir a la mujer y colocarla solo como una servidora del hombre.

Anónimo dijo...

POR FAVOR !!!!!!!!!!! no me hablen de cuevas y San Ignacio de Loyola cuando el headquarters del Opus Diaboli en Nueva York fue construido en el area de Park Avenue que es de lo mas caro del mundo a un costo de 52 millones de dolares o algo asi

Anónimo dijo...

Que le pregunten a los de la Delegación si viven su vida espiritual en una cueva!
Chingo de cueva!

Anónimo dijo...

Gracias por sus comentarios, me alaga saber que se han tomado el tiempo en expresar sus opiniones. No era mi intención polemizar y en ningún momento el tono de mi artículo es de queja, sencillamente es una forma jocosa de expresar vivencias inolvidables que siguen teniendo la frescura y el vigor de aquel momento.
Por cierto, he estado en la cueva de San Ignacio en Loyola también, así que sé de que va aquello

Saludos y nuevamente, muchas gracias

A.V.