Podría decir que concuerdo con todo lo que se denuncia, solo quería enfatizar en la existencia de la
“inducción” normal que se va haciendo poco a poco, a los miembros que piden la admisión a La Obra, comprensible, pues es imposible poner todas las condiciones en una sola sentada para decidir si se entrega uno o no al Opus Dei: lo que realiza la persona, al solicitar la admisión, se podría resumir en una primera instancia, a una entrega sin condiciones: es lo que se plantea al inicio y es a lo que uno se dispone con toda ilusión. Cuando ya se empieza a vivir los efectos de la entrega sin condiciones, es cuando viene lo determinante, la prueba de fuego, pues ya no hay posibilidad del cuestionamiento, que, cuando verdaderamente se tiene vocación no hay problema: se sabe que no es una vida fácil, todo lo contrario, supone sacrificio: seguir a Cristo se puede decir que es una vida dura, exigente, pero se sabe también que la gracia de la vocación se encarga de hacerla llevadera, lo arduo se convierte en lo contrario…. es la gracia de la vocación que hace que todo fluya espontáneamente y siempre hacia la felicidad, que en definitiva es lo que importa en esta vida “Que seas feliz y que te salves” decía San Josemaría.
El tema es cuando
no se tiene vocación y se creyó que sí en una primera instancia, fruto de la algarabía, altruismo, proselitismo de quien trata al candidato junto con la del candidato mismo: hacer el bien, las ansias de servicio, de generosidad, de entrega…
¿quién no las tiene sobre todo en los años de juventud? El enfrentamiento de la verdadera realidad en la que uno se metió y donde no le correspondía, el enfrentar una salida, genera un conflicto espantoso, en donde el manejo del sentido de culpa es devastador: ya sea intencionadamente o no, se empieza a gestar, -tanto del candidato con su posible cargo de conciencia por el abandono del supuesto querer de Dios hacia su persona-, así como de parte de los directores de no 'perder' una vocación, -esa tensión- es muy desagradable y hace incurrir en muchas faltas a la caridad en cuanto al trato de la persona que enfrenta su salida. Con el actuar de los directores para que una persona no “abandone” su vocación, se observa que se deja de lado la confianza en Dios: con la insistidera muchas veces empleando el cargo de conciencia (por abandono, traición a la vocación), sentido de culpabilidad, en lugar de llegar a la verdad objetiva por medio del diálogo bien equilibrado, que podría llevar a una aceptación de un equívoco por parte de los directores al permitir que ingresara una persona sin vocación. Con ese actuar defensivo por parte de los directores, me parece que atenta a la confianza en Dios, ya que una vocación no se pierde así no más, me atrevería a decir que jamás se pierde una vocación, pues denotaría debilidad de Dios y eso, simplemente no puede ser. Aunque se sabe de la acción del maligno y que no se duda de su presencia, además se sabe de la libertad personal e individual que cada quién tiene…. Con todo y ello, cuidado y si no se le da más importancia a la acción del maligno y el mal ejercicio de la libertad por parte del hombre, que a la acción de Dios, que es más fuerte y velará porque una vocación no se pierda.
Pienso que por las ansias de proselitismo, que en sí no es malo, por el contrario es buenísimo;
por el hecho de llegar a un número, ya sea por vanidad o por lo que fuera, el hecho de que seamos más las personas que estamos afuera que los que están dentro, debe ser un indicador de que algo no anda bien... no puede ser que Dios se esté equivocando tanto en el ejercicio de la manifestación de Su Voluntad a través de los directores: lo digo por tanta “deserción” que hay, y lo digo también por la aparente ironía del “fruto” que está resultando de esa gran “deserción”, pues ha llevado – al menos a mi me parece - a que la gran mayoría tenemos consciencia del bien objetivo que hizo en nosotros debido a toda la formación que recibimos y que nos ha llevado, nos lleva a que - por lo general - seguimos difundiendo el Espíritu Cristiano con el ejemplo y con la opinión, o sea, no somos gente que hacemos el mal en sí, al contrario, somos gente diferente, gente marcada, marcada por todo ese bagaje que se nos dio y que repercute positivamente en nuestro quehacer civil. Este antagonismo,
¿acaso estará dentro de los planes de Dios?... ¿por qué no seguimos dentro? Es evidente que es debido a que no teníamos vocación pero nos metimos como consecuencia del proselitismo de un amigo.
Es claro y no hay la menor duda de que existe una
intensión inicial buena con el proselitismo, que cala positivamente en las personas en las que se realiza el proselitismo; pero eso positivo, sólo porque no se mantiene enmarcado dentro de un esquema (el Espíritu de La Obra), deja de valorarse, no se toma en cuenta e incluso hasta se desprecia, en muchos casos porque fue “infiel” a la vocación de Dios (que nunca se tuvo): aquí está lo antagónico, paradójico e incluso irónico de una realidad de muchísimas personas que antes eran queridas y estimadas (mientras estuvieron en La Obra) y de repente ya no existen, murieron, no se sabe qué pasó, es un traidor... Recibimos de las personas a las que confiamos la vida y hasta la intimidad y de repente como si no te hubieran conocido jamás: eso no es cristiano, a mí me parece que es indiferencia de la más crasa y vergonzosa que San Josemaría no quería jamás tuvieran sus hijos…. ¡Qué pesar!
Lo que es triste es que por esas ansias de proselitismo se capta personas, que no teniendo vocación, por el trato de inducción que se recibe inicialmente, se encuadra a las personas a regímenes para el cual no se tiene la predisposición dada por la vocación, pero al ir inculcando el tema de la fidelidad y lealtad se va violentando la voluntad con las exigencias y quiéralo o no se va sometiendo o perdiendo la libertad obligándose a cosas que no se tendrían obligación de hacer, incluso sometiendo la autonomía ya que no se hace nada sin la aprobación de los directores. Opinando positivamente lo anterior es un proteger a las personas, su vocación, pero también cabe el pensar – sobre todo para una persona que no tiene vocación - en un control total y absoluto de los directores para con los dirigidos: da pie para pensar las dos cosas, nadie lo puede negar. Lo mismo se aplica para el tema de dirección espiritual con sus respectivos sigilos... El asunto es cuando se enfrenta una salida, es una crisis espantosa: le es evidente a la persona que no tiene vocación, pero se le indica que sí y no se puede cuestionar objetivamente y en buen plan. Consideremos un caso determinante en donde se evidencia un desatino de un director al permitir entrar dentro de La Obra a una persona gay: jamás permitirían el ingreso de una persona con esa orientación, pero los que ingresaron jóvenes, inconscientes de su situación, que los directores no lo captan antes de ingresar, y al pasar del tiempo empieza a despertar la inclinación o a aclarar la orientación que el candidato trae, se pone en evidencia el 'error' humano en que incurrieron las personas por la cual se manifestó la voluntad de Dios, los directores y ¿qué?, empieza el trauma de la salida, conflictos de lealtad, fidelidad, contra una realidad natural que simplemente afloró en un momento determinado y que tarde o temprano iba a aflorar…. Y así con una persona que no tiene la vocación, este es ejemplo extremo (una persona gay), porque es 100% incompatible con la vocación, no puede ser miembro… y ¿cuántas personas gay han pasado por la Obra?... volviendo…. viene entonces la realidad crasa: quien sale del Opus Dei por no tener vocación, queda desamparada, la que fuera su 'familia', la de La Obra, dejó o dejará de existir de un momento a otro. Inicia un proceso de rehacer vida en la que se encuentra uno en la soledad más absoluta, viviendo una indiferencia bastante desagradable (y se supone que la indiferencia es el peor vicio que existe, que incluso, tengo entendido, es catalogado como un pecado que clama al cielo). Todo se entregó: sentimiento, amor, dinero, toda una vida, y de repente se encuentra en medio de la nada, hasta sin dinero, sin familia propia (la de La Obra) porque se esfumó, y la de sangre, dependiendo de que tan fiel fue uno a La Obra, se ha alejado tanto que en algunos casos se llega a ser extraño, más soledad aún... son cosas que en La Obra deberían tomar en cuenta... En el mejor de los casos, si uno tiene un trabajo externo, esperar a la siguiente paga para subsistir y recomenzar, pero ¿y si no se tiene un trabajo externo?, ahí sí que en la calle, además de desentrenado completamente para colocarse prontamente y, como sus amistadas todas estaban orientadas hacia el proselitismo, quienes podrían abrir puertas, tus amigos, tus cercanos, no te la abren porque traicionaste o ya no existís en el medio en que uno se encuentra, el Opus Dei, o a lo sumo existís pero con el calificativo de infiel. Jamás se sentirá uno cómodo porque no es lo mismo... en todo esto deberían pensar las autoridades de La Obra. Y es que si no lo consideran, me parece que incurrirían en faltas a la caridad cristiana, la indiferencia que quizá las abarca todas. ¿Cómo pueden vivir así, con esa contradicción, los directores?, de 100 almas, interesan las 100, pero ¿qué?, ¿los ex ya no tenemos alma?, entonces tendría que decirse de 100 nos interesan 80 o 70 o 25, porque en el resto entramos los ex. que ya no valemos nada (aun considerando que en la mayoría no hubo vocación sino una inducción muy bien hecha, basándose en el espíritu altruista del candidato que se hizo de La Obra gracias al proselitismo de otro, también con espíritu altruista, ambos bien intencionados y con toda la ilusión del mundo), los protestantes, los no cristianos, etc.
Es una pena espantosa que hay que vivirla para entenderla. A mi me dio mucha pena el presenciar o 'ver' e incluso 'vivir' en carne propia situaciones que ahora estoy denunciando, que yo mismo hice vivir a otros y más adelante me toco a mí, una pena muy onda de la cual aprovecho para pedir disculpas y quiéralo o no me sirvió para enfrentar estoicamente mi crisis: 'esto horrible que estoy enfrentando y viviendo yo se lo hice a otros que antes fueron hermanos y de un día para otro no, es la paga por mi actuación desgraciada y no cristiana'.... que vergüenza me da y pido perdón de nuevo.
Como de lo que se trata es de externar opiniones y experiencia, pienso que un buen ejercicio para los directores es tratar de vivir o ponerse en la situación de uno - eso es imposible de lograr al 100 % pero aunque sea una aproximación - y después realizar una lluvia de ideas de cómo perfeccionar el ejercicio de la virtud de la caridad, que a fin de cuentas ayuda a la santidad que es el fin de la vocación.
Pienso que esto que propongo podría considerarse como una ocasión de ponerse en pecado porque significa ubicarse afuera, como tentación del demonio, pero no: que se haga en sentido positivo y con confianza en Dios, que ejercitar esto que planteo es para perfeccionarse como persona que quiere vivir mejor las virtudes cristianas para con otros cristianos y no para ver como se escapa: que el que tiene vocación, por más lindo e irreal que se imagine el mundo fuera de La Obra no le va a atraer, precisamente por la vocación...: qué desconfianza a Dios se tiene constantemente confundiendo la 'exposición' de la vocación con el conocimiento de lo que sucede afuera. Creo que esto es estar en medio del mundo.
Y es que el número de los ex es enorme. De mi camada solo queda una persona, una de como catorce y con un aparente “surmenash”...., no puede ser que sea tanta la infidelidad a Dios, porque sería como afirmar que la acción del demonio es más fuerte que la de Dios y eso simplemente no es, no puede ser, así de simple. Es otro el motivo y hay que poner atención, porque si no, todo ese proselitismo altruista y bien intencionado está creando montones de personas desgraciadas por un tiempo (mientras se supera el proceso y trauma de la salida, indiferencia, empezar a existir de nuevo en un mundo diferentísimo: el mundo real). Pero una vez superado pienso que somos personas muy especiales: reiterando, -en el fondo-, toda la formación que se da en La Obra es súper especial, nadie duda de lo buena y ortodoxa que es (me refiero a la filosofía, teología, y en el aspecto humano, virtudes, etc.) que nos lleva a ser personas de bien, con un sentido común muy fino, en definitiva unas excelentes armas para enfrentar esta vida. No creo que haya alguno que no sea una persona de bien y que valore esto que menciono, y si no lo fuera, es por alguna enfermedad en particular.
Al haber vivido un proceso como es el de la salida de La Obra, hace que uno tenga una madurez diferente a la de los demás, incluso, unos cristianos, diferentes a los demás: mejores, pero no lo digo peyorativamente para con el resto, es simplemente, todo el bagaje que se tiene, por gracia de Dios al haber pertenecido a La Obra.... Entonces, reiterando una vez más, ¿será parte de la voluntad de Dios que algunas personas vivan lo que hemos vivido nosotros? Pareciera que sí, pero pienso que no, hay que ajustar algo a la hora de hacer el proselitismo para atinar más con los que tienen vocación o alrevez más bien, no desatinar tanto para minimizar afectados: los que salen y los que ven salir a la gente (de catorce, uno es el que queda en mi caso). Quizás sea mejor disminuir el número de la “meta” y mejorar el ejercicio de la caridad (debido al efecto que está produciendo), que lo contrario... qué ironía!: metas altas en número, en los propósitos proselitistas y desde mis catorce años hasta hoy -28 años después- se ha pasado de 70.000 a 80.000 e incluso he oído hasta 90.000 el número los miembros... estoy consciente de que ya se entró en la fase en que hay que considerar las personas que fallecen, pero creo que no es tan alta la incidencia de mortalidad como para que el número se mantenga... Tanto esfuerzo (de proselitismo), tanta gente afectada (los que vivimos el período de salida y post- salida, tiempo – este último - variable según el caso), tanto sufrimiento (de ambas partes, de la persona que sale como de las personas que viven y no digamos presencian esa salida) para que el número siga siendo el mismo.... como que no tiene sentido.
Para concluir, en lo que quiero hacer hincapié o insistir,
es en que se revise la selección, para disminuir el número de desaciertos, pues cada desacierto implica un daño que se hace a una persona, daño que no se hace mal intencionadamente, pero que se hace al fin y al cabo. Hay que estar en el lugar de la persona que a salido del Opus Dei, vivir esa experiencia para comprenderla perfectamente y eso, estoy consciente, nunca va a suceder, es como tratar de comprender –por parte de los varones- o vivir lo que vive una madre al gestar a su hijo: jamás los hombres podremos experimentar la maternidad, pero es una realidad absoluta.
Por otra parte,
que se haga introspección, colectiva y personal de la manera en que se trata a las personas que han salido de La Obra por parte de quienes no, y de cómo se maneja dentro: es que quienes hemos vivido esta experiencia, en una buena cantidad, para no generalizar, hemos experimentado una lejanía horrorosa, un escepticismo, incluso indiferencia: cómo se puede hacer un cambio tan radical de un día a otro de la manera de ser para con un hermano en La Obra, que en cuestión de una fracción de segundo, en el momento que se deja de pertenecer, pareciera que uno es un enemigo, un ente raro, un extraño,… de hermano a extraño… Y eso, en el ámbito del comportamiento humano, de la afectividad, es imposible de realizar: es irreal, está contra la ley natural. Ni en el caso de la muerte, que es una separación natural entre personas con vínculos, prevista por Dios, sucede semejante cosa: siempre se vive un “duelo”, un proceso de separación entre las personas estimadas, queridas, amadas… (El concepto, término que se usa entre los miembros es de hermano), en fracciones de segundos se ejecuta la orden de que nunca existió… y punto. Es algo que no está bien! Así al menos lo he vivido y lo sigo viviendo, no por todos, -por supuesto-, pero por parte de quienes se comportan con más normalidad, queda un sabor de que lo hacen a escondidas y -“ojala” que no se enteren los directores- porque podrían vivir la misma experiencia que viví, estoy viviendo y no se lo deseo… ¡Es una actitud verdaderamente triste!